agosto 18, 2007

Memes



Me levanto por la mañana y me encuentro con un mail de Mariana en el que me reta (utiliza esta expresión) a escribir mis 8 memes. ¿Memes? En la vida había escuchado esa palabra pero si me dejo llevar por su sonido me lleva a la infancia y veo a un bebé muy pequeño diciendo sus primeras palabras. Por suerte, Mariana tiene la delicadeza de adjuntarme un enlace que me lleva directo a sus memes y de los suyos a los de otros. Así que, después de navegar un poco entre memes, ya sé lo que son, memes son secretos inconfesables. Me doy un paseo con la idea de los memes en la cabeza, y no se me presenta ninguno, pero igual acepto la propuesta de Mariana porque es mi amiga y porque la quiero, y me tiro de cabeza a esta, mi primera cadena de blogeros. Mariana, no te prometo que lo que escriba aquí sean ocho secretos e inconfesables, pero sí te prometo que escribiré ocho ;-)))

Nací en San Mateo, la fiesta de la vendimia, mis padres estaban viendo un partido de pelota cuando le clavé la uñita a mi madre para romperle la bolsa de agua. No fue por maldad, solo quería venir a las fiestas. Mis padres no terminaron de ver el partido y mucho menos pudieron ir al teatro y el ginecólogo tuvo que marcharse de su fiesta de disfraces para atender el parto de mi madre. Siempre he pensado que lo de que atendió el parto disfrazado de rumbero era una leyenda, hasta el otro día, que nos encontramos con él y mi padre me lo presentó: “es Manolo, el que te trajo al mundo” Y Manolo se rió y me dijo que ese parto nunca lo ha olvidado. También me contó el final de la historia, después del parto volvió a la fiesta y en poco tiempo se fue a casa.

Cuando era pequeña, puede que hasta los 5 años o tal vez 7, creía que los tobillos eran los riñones. Alguien me había enseñado la forma de los riñones y los tobillos debieron de ser lo más parecido que encontré en mi cuerpo, claro, ni sospechaba que también veníamos rellenos. Descubrí la verdad el día que le dije a mi madre, delante de sus amigos, que me dolían mucho los riñones. “¿Los riñones? ¿estás segura? Eres muy pequeña para que te duelan los riñones”, me dijo. Y entonces le señalé mis tobillos, que estaban negros y llenos de rozaduras de andar en bici. Lo siguiente que escuché fue una gran carcajada, y luego la triste realidad: aquello se llamaba tobillo (Mi pregunta entonces, ¿dónde estaban los riñones? Todo un misterio)

El primer regalo que me hizo el ratoncito Pérez fue un billete de 500 pesetas. Después de dar saltos de alegría con él en la mano tuve una gran idea: podía dar una sorpresa a toda mi familia. Corrí a mi habitación y me escondí con el billete debajo de la cama, donde lo corté en trocitos muy pequeños (lo más pequeños que pude). Cuando tuve todo el billete bien desmenuzado salí con él en las manos gritando “¡Sorpresa!” También fue una sorpresa la bronca me cayó, y puede que esta fuera mi primera decepción con la vida.

Cuando tenía cinco años pasé tres meses en la cama, en reposo absoluto. Recuerdo a mi madre sentada a mi lado, leyéndome cuentos y contándome historias, y a mi hermana, que me llevaba al baño en brazos y me dejaba andar desde la puerta hasta el inodoro y este paseo, el más largo que podía permitirme, me hacía tremendamente feliz, y también recuerdo el día que mi padre trajo un video a casa y me lo puso en la habitación, era la primera vez que veía un aparato así, y las películas de Mortadelo y Filemón que veía con mi hermano al lado. Y, sobre todo, me acuerdo de: “Agárrame ese fantasma”, una película de Abott y Costello que veía todos los días y, cada uno de ellos, me hizo reír como si fuera la primera vez que la veía.


Mi hermana me enseñó a conducir cuando tenía trece años. Me dijo: “estas son las marchas, este el acelerador, venga prueba”. Y probé. Lo que había delante era el coche de mi madre. Le rompí el intermitente izquierdo y volvimos a casa con la cabeza muy baja.

No tengo cosquillas en los pies. Mi hermano se las llevó un día después de muchas sesiones de cosquillas. Aún recuerdo cómo las carcajadas rebotaban por todo el edificio.

La primera vez que me desnudé delante de un chico tenía cinco años. Me quité la ropa y le canté una canción de amor. Tardé 23 años más el volver a hacerlo. En desnudarme de verdad, con el corazón, me refiero.

Tengo una amiga con la que solía salir a volar. Hacíamos piruetas en el aire y desde arriba veíamos cómo el mundo estaba lleno de magia. Después, algo nos llevó de vuelta a la tierra y, durante bastante tiempo dejamos de volar. Ni siquiera volábamos en sueños, y dejamos de creer en la magia. El otro día volví a volar, ella no venía a mi lado, desde arriba vi de nuevo que el mundo estaba lleno de magia y volví a la tierra riéndome. Cuando se lo conté me dijo que no, que una vez que dejas de creer en la magia nunca más la vuelves a recuperar. Pero yo sé que sí, que se puede recuperar, la infancia, la magia, las alas. Ahora solo quiero que confíe, que me de la mano.




Aunque no me gusta la palabra retar, me animo a hacer lo que Mariana ha hecho conmigo -porque la experiencia, en el fondo, me ha gustado- con Chus y con Marina, ¿Os animáis a escribir vuestros 8 memes? Como dice, Mariana, esto os pasa por escribir en agosto. Y añado algo más, por hacerlo tan bien.