Pablo también cree en la magia. Por eso cuando un miércoles nos encontramos en la puerta de una sala donde esta tarde actúa un mago, nos damos la mano y entramos a acurrucarnos en los asientos. Pablo mira al mago y yo le miro a él. Aplaudimos juntos cuando toca y le pregunto de vez en cuando si le está gustando -me dice que sí-.Y cuando termina aplaudimos de nuevo, nos levantamos del asiento y salimos con los demás. Afuera nos encontramos con más gente pero Pablo tira de mi mano. Y cuando entramos al bar, los dos solos, a tomarnos un batido de chocolate con patatas fritas, Pablo me pregunta por la pizarra: ¿cómo puede mover los labios un dibujo? ¿cómo puede sacar la lengua? Pablo ha visto que era el mago el que ponía voz al dibujo y ha descubierto la mitad del truco. La otra mitad es un misterio que me gusta compartir con él. Y si un día, quién sabe si más adelante, dejase de creer en la magia, le recordaré que un día de invierno vimos juntos cómo un dibujo movía los labios y sacaba la lengua.
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