noviembre 19, 2007

Mi abuela





Mi abuela nació en el año 1916, así que ahora tiene 91 años. Es una abuelita de verdad: pequeñita, con su pelo moreno y blanco rizado de moldeador, que anda sin necesidad de apoyarse en ningún brazo, se basta y se sobra ella sola con su bastón. Un abuelita que siempre sonríe, le parece bien todo lo que le cuentas y cualquier cosa nueva que le enseñas con ilusión le parece preciosa. Una abuela que se maneja perfectamente con los euros, que sabe la equivalencia en pesetas, que juega a las cartas sin gafas, que es capaz de leerse una novela en un solo día, sentada en el sillón con su bata rosa de puntos blancos. Una abuela que me cuenta historias si se lo pido y que me deja con la boca abierta. Que a veces habla a tropezones, que parece que le cuesta sacar las palabras de la garganta -habitualmente no habla mucho- y que cuando se ríe se arruga entera y le lloran los ojos. Una abuelita a la que dan ganas de abrazar todo el rato y de llenar de besos. A la que le cuelga la carne del brazo y es un placer tocársela, tan blandita. Me cuenta que la vida antes era muy distinta, y también que le ha tocado sufrir mucho en la vida, que también tendrá muchos buenos recuerdos pero que ahora no se acuerda, salvo de que tuvo el mejor marido del mundo, y también dos hijas, cinco nietos y, por ahora, cuatro biznietos. Me mira y mueve la cabeza de arriba abajo y me cuenta cómo toda su vida la ha pasado cuidando a los demás, -así sigue ahora, a sus 91 años- cargándose todo a la espalda, guardándose sus quejas y dolores, todo dentro, como si no tuviera derecho a quejarse. La abuela no tuvo celebración de boda -donde no había madre no se hacía nada y ni el abuelo ni yo teníamos madre- tampoco luna de miel porque tenía que dejar hecha la matanza antes de irse a vivir con su marido. Trabajó en la era, montaba en macho, la recogió un pastor morada en mitad de un campo, cuidó de una mujer a la que le acababan de segar el cuello, bajaba a Logroño andando -dos horas ida, dos vuelta- y ahora está aquí para contarlo -pero solo lo hace si le tiras de la lengua-. El abuelo se fue y la vida volvió a darle la espalda, aunque seguro que en algún lugar la estará esperando con un ramo de flores bien colorido; un amor así no puede terminarse nunca. Y a nosotros nos dejó un gran tesoro: la sabiduría de que el amor de corazón sí existe y es posible, un corazón grande y algún que otro aprendizaje más. Ahora solo quiero que mi abuela viva lo que le quede de vida lo mejor posible, que cuide de ella dejándose cuidar, que ya le toca, y que reciba calor en su espalda, y en su corazón. Se lo ha ganado, ya lo creo que sí. Yo doy gracias a la vida por ella.

3 comentarios:

carmen dijo...

¡Agüeliya! ¡Mírala qué majetona!

Anónimo dijo...

Abuela precioso diamante nascido da mulher, esculpido pela maternidade, e polido com a idade.
Onde os netos admiram na vitrine da vida!
Parabens por esta jóia!

Emiliodefé

Poti dijo...

!!!!Que ganas de darle un abrazo y miles de besos!!!!