agosto 21, 2007

Sintonía

Se ve todo tan diferente desde aquí fuera, que no me puedo quedar callada. Le he dicho que para mi él es el hombre que más enriquece esta ciudad. Regala su sonrisa al que se acerca a su puesto a comprar una margarita y también a todo el que pasa cerca de él, y así, su sonrisa se extiende por toda la ciudad. Cuando él regala su sonrisa, la persona que la recibe se va sonriendo, y si se encuentra con alguien o si cruza su mirada con otra persona, esa persona se contagia y también sonríe. He notado que a las doce del mediodía ya no hay niños llorando y que de las ventanas y de los patios del colegio salen risas. Todo aquél que le mira comprende en seguida lo sencilla que es la vida, se le ve tan tranquilo ahí, tomando el sol, en su silla de madera. Y es agradable ser humilde y no tener prisa, ni necesidad de subir montañas o tener lujos. Desde su silla comparte la sabiduría que tiene en los ojos con aquél que la quiera mirar y además de llenar la ciudad de sonrisas, la llena de flores. Cuando llega la tarde, las margaritas aparecen en las puertas de los colegios en las manos temblorosas de los adolescentes con granos que esperan que su primer amor salga da clase, y en las puertas de los edificios y de las oficinas, señores y señoras esperan con sus margaritas a que salga la persona querida. Las margaritas llegan a las habitaciones de los hospitales y alegran los cuartos de los enfermos, acompañan las casas de los solitarios y los niños vuelven a casa con una en la mano para regalársela a su mamá; y cuando las deshojas dicen sí, te quiero. Y cuando llega la noche, el mundo se acuesta con una sonrisa y el olor a flores penetra en sus sueños y por la mañana se levantan bien, llenos de vida, deseando volver a verle.