agosto 25, 2007

Naturaleza




Hay días, como hoy, en los que el mar se despierta furioso y nos ruge con sus olas, que llegan más allá de lo que llega una marea alta. El mar nos grita para que le hagamos caso, y hoy no tiene ganas de balancearnos ni de acunarnos para que nos quedemos dormidos. Hoy, por el contrario, el mar quiere vernos despiertos, nos pide que abramos los ojos de una vez. La playa está llena de basura: bolsas de pipas, de patatas, de galletas que alguien comió mientras miraba el mar y, después abandonó vacías en la orilla, botellas de plásticos, latas de refrescos, vidrios rotos, un bote de cloro, cáscaras de naranja, piel de plátano, un flotador pinchado, una nevera que ya no enfría, y hasta carbón. El mar nos grita que nuestra basura mata a los habitantes del mar, que ellos se mueren y que el equilibrio submarino se descompone. El mar nos pide un poco de respeto, igual que nos lo piden los bosques, las plantas, la tierra. La naturaleza nos ruega que le prestemos un poco de atención, que seamos responsables, que cuidemos la vida, y hasta nos da una opción por si no queremos hacerlo por ella: que lo hagamos por nosotros, por nuestros hijos, por los que nacerán mañana. Esta mañana el mar se ha despertado furioso, y el viento, se ha aliado con él para levantar olas y para gritarnos al oído: ¡despertad!