agosto 13, 2007

En busca de los bichos

Llegamos hasta allí en busca de los bichos. Nos habían dicho que era probable que al principio tratasen de despistarnos, de hacernos creer que no estaban allí pero que, en cualquier momento, cuando menos lo esperásemos, empezarían a saltar, y que entonces nos picarían y que hasta podrían hacernos daño. Nos llamaba la atención la experiencia, por eso nos aventuramos a ir hasta la casa de piedra. No éramos los únicos que habían ido a buscar a los bichos. En la casa de piedra había ya más personas. Ellos también acababan de llegar y estaban como nosotros, a la expectativa de lo que pasaría con los bichos. Al principio todos nos movíamos como despistados, se escuchaba el silencio, las pisadas de las hojas y el viento entre los árboles. En seguida, a medida que íbamos conectando con el resto de los habitantes de la casa de piedra, a causa de nuestra misión, las voces y las risas vencieron al silencio y, hasta hubo algún momento que casi nos olvidamos de los bichos que habíamos ido a buscar. O eso queríamos pensar. Nos levantábamos pronto para tener tiempo de seguir a los bichos mientras hubiera luz. Recorrimos caminos de piedras, retiramos hierbas buenas y malas y antes de que pudiéramos cogerlos, los bichos se animaron a asomar la cabeza y algunos recibimos los primeros picotazos. Las picaduras de los bichos no se alivian con pomada, por eso salimos al camino a buscarlos con las linternas, queríamos aplastarlos y acabar de una vez por todas con ellos. No nos esperábamos lo que pasó después del tercer día. Como el resto de los días, nos levantamos pronto para observarlos y salimos al camino para seguirlos. Después de observar durante todo el día cómo caminaban entre la hierba, nos dimos cuenta de dónde venían y, así de sencillo, comprendimos cuál era su misión. Por eso terminamos cogiéndolos con las manos, mirándolos de cerca y hasta los acariciamos. Nosotros y los bichos. Todos juntos. Dos a dos. Hasta dieciséis. En la casa de piedra.