septiembre 17, 2007

Quinua



Ella me acompaña, saca a flote mi ternura, me lleva a ver el mar todos los días y me da con sus patitas en el culo para llamar mi atención y que juegue con ella. Me invita a correr por la arena y a lanzar piedras en cualquier dirección; ella corre como una liebre a buscarlas. Me provoca, corre en círculos a mi alrededor para que intente cogerla, derrapa en el asfalto, se escabulle entre la arena, se sienta, excava, se abre un hueco fresquito y me mira, tumbada como una alfombra, para que vuelva a jugar con ella. Me muerde las mangas cuando tiene hambre, se acurruca como una pelota entre mis piernas cuando vamos de viaje o si me siento a leer en el sofá. Me chupa la cara si me ve llorar y agradece con saltos y moviendo la cola todo lo que haces por ella. Se emociona si ve de nuevo a alguien de la familia. Me enseña lo sencillo que es perdonar cada vez que vuelvo a casa, después de haberla dejado un rato sola, y me da la mejor bienvenida. Recibe con saltos a los amigos que vienen a visitarnos, y te hace sentir como si fueras el mejor regalo que tiene en la vida.